por Ignotus
Nota: Reproducimos a continuación este artículo del compañero Ignotus publicado en dos partes en el periódico El Sol Ácrata de Antofagasta, en sus ediciones N°27 (julio 2014) y N°28 (agosto - septiembre 2014)
En declaraciones hechas ante el juez a cargo del
proceso a la Sociedad de Resistencia Oficios Varios (SROV) de Santiago -a comienzos
de 1912-, Francisco Pezoa señalaría tener 28 años, ser “natural de esta ciudad”,
“soltero”, domiciliado en calle de Herrera nº 140, y ejercer el “oficio de
cigarrero”. (1) En la ocasión, Pancho declararía además ser “anarquista desde hace
diez años” y que lo había hecho “propagar esta doctrina el estudio, la observación
y el convencimiento”. Reconocía además, haber tomado parte en las distintas
“huelgas que han tenido lugar en esta capital desde el año 1903, más o menos”.
Señaló además que “No tomé parte en las jornadas del 22 i 23 de octubre de 1905
por no encontrarme aquí sino en Iquique trabajando como tipógrafo en la
imprenta de “El Tarapacá”. Durante mi permanencia en el norte (publicamos) en
el pueblo de Dolores, junto con Juan de Dios Valdés, un periódico con el fin de
propagar las ideas anarquistas. Se denominó La
Agitación…
Reconocía formar parte de la
SROV, pero creía que “no todos los miembros” de esta sociedad eran anarquistas,
“y muchos de ellos son sindicalistas”. Declararía además, propagar las ideas anarquistas en forma pacífica, a través de la pluma y la
tribuna,
avalando la violencia “sólo en causas extremas”. Así por ejemplo, “en un
mitin de esta ciudad en octubre de 1909 en la plaza Vicuña Mackenna hice uso de
la palabra con el fin de hacer propaganda de mis ideas anarquistas e igual cosa
he hecho en cinco ocasiones más o menos, para propagar así, de este modo, y con
nuestra conducta intachable el ideal anarquista, que sólo usa la violencia en caso
extremos y no con el aplauso de todos los asociados, pues siempre ha tenido
muchos votos en contra.”
***
Todo esto era muy cierto, y
podemos agregar una serie de otros elementos que nos permiten entender su vida
anarquista. Pancho Pezoa –como le decían
sus compañeros- había nacido en Santiago, en uno de los barrios más apartados de esta ciudad,
donde desde niño conocería –como señalaría posterior a la muerte de Pezoa, su
compañero Federico Serrano Vicencio- “el tumultuoso oleaje de las vidas humanas
que bregan sin rumbo, o son arrojadas sin piedad, en las playas de la
indiferencia y la desesperación”. De
padres carentes de instrucción y, sometidos a la “férula del trabajo”,
el pequeño Pezoa quedaba durante el día
al amparo de los vecinos, que no siempre podían velar por su cuidado. De esta época recordaría Pezoa con gratitud la
profunda ternura con que le trataban dos maestros de la vecindad. Uno era de
profesión tipógrafo y el otro zapatero, este último, un evangélico fanático que
le enseñaba la historia del maestro Jesús, y al mismo tiempo le cantaba los
himnos alusivos a la propaganda. El amigo tipógrafo era más psicólogo, a menudo le
obsequiaba oleografías de carácter antirreligioso o históricas, y conseguía con
sus padres llevarlo a los cerros a respirar aire puro y jugar al volantín”. (2)
Sin duda este primer contacto con
obreros relativamente conscientes, sería básico para entender los próximos
pasos de Pancho, pues al parecer, sería con ellos con quienes forjaría sus
primeras inquietudes, sus dudas, además, quienes le enseñarían las primeras
letras.
Siendo muy joven, Pancho optaría por un camino. Su vida como anarquista
principiaría a comienzos del siglo XX, cuando cierta vez le tocó presenciar un mitin
revolucionario donde relataban las barbaridades que se cometían en España por
los elementos reaccionarios. Uno de los oradores habló de la historia de las
religiones y los funestos perjuicios que ocasionaban a la humanidad.
Recomendaba que se leyeran los folletos que se repartían gratuitamente al auditorio
y que se mediaran sus argumentos, pues ellos no querían forjar hombres idólatras, sino hombres que
pensaran con su propia cabeza. Pancho entonces se sentiría atraído por aquellas
lecturas, que le hacían pensar y soñar más allá de la miseria que veía a
diario, y comenzaría a asistir a los Centros de Estudios Sociales, en donde
encontraría más de estas lecturas: libros, revistas, periódicos que llegaban
del extranjero de forma gratis, por canje, enviados desde Europa o desde Buenos
Aires. Pero muchos de estos libros
venían escritos en italiano, francés o inglés, y su curiosidad le haría
aprender estos idiomas, y luego hacer traducciones.
Al calor de las lecturas, Pancho comenzaría su
proceso de autoformación. Tal cual destacaría Manuel Rojas, “las fuentes de aquellas ideas y de aquellos
sentimientos eran libros de bajo precio, empastados a la rústica, que ni había
que comprar, pues los compraban otros obreros calificados, más dispendiosos o
más anhelosos de saber, y los compraban y los leían y los prestaban y se los
devolvían o no se los devolvían, pero pasaban a otras anhelosas manos que
también los leían y los prestaban y se los devolvían o no se los devolvían,
hasta que ya no era posible prestarlos ni devolverlos, de despedazados que estaban,
pues sus lectores, siempre o casi siempre asalariados, los doblaban por donde
caía y de cualquier modo, metiéndolos a empujones en los bolsillos de sus
chaquetas, desbocando así los bolsillos y pelando el lomo de los libros, que
después de varios prestamos empezaban a mostrar los cuadernillos y sus
costuras, desencuadernándose luego de heroica y fecunda vida” (3) De este modo, Pancho pronto
se haría un
experto en los movimientos sociales
de Europa y América Latina, adquiriendo todos los conocimientos que llegaría a
tener sin jamás haber asistido a universidad alguna. Porque, como señalara el
mismo Manuel Rojas “en la universidad no enseñaban nada que tuviera que ver con aquello,
sino, todo lo contrario, enseñaban leyes que los burgueses dictaban para reforzar
sus posiciones, sus propiedades, sus derechos, sus prerrogativas, su pesada
permanencia en el poder y en la propiedad de la riqueza”.
Conventillo en Santiago, 1900 |
Su autoformación le permitiría pronto animar conferencias en Ateneos, Sociedades Obreras y Centros de Estudios Sociales; sus temas eran variados: movimientos sociales, anarquismo, socialismo, sindicalismo, corporativismo, colectivismo, libertad de pensamiento, neomalthusianismo, etc. El dramaturgo Antonio Acevedo Hernández conocería a Pancho en la Casa del Pueblo cuando éste daba una conferencia sobre neomalthusianismo. Diría en sus Memorias: “con su ropa limpia y muy usada, sus ojos claros, algo tristes, casi humildes. Me recibió con una sonrisa… Yo nada entendí de lo que dijo Pezoa; me daba sí cuenta de que su palabra era de alto valor. El público, muy atento, bebía sus palabras, y cuando terminó se le aplaudió, podría decirse, con respeto” (4). Según González Vera, “su verbo era tan dinámico y su manera de presentar los temas tan llena de interrogantes, que sus condiscípulos (Augusto Pinto, el hojalatero Farías y el marroquinero Carlos Lezana) revisaron sus ideas y, junto con arribar a la adolescencia, se hicieron anarquistas”. (5)
Todo ello lo complementaba a
través de sus clases nocturnas en distintos espacios obreros. Destacaría
González Vera,
“Como profesor no se
estimaba. Nunca se jactó de serlo, ni creyó un solo instante que la enseñanza
es un sacerdocio. Enseñaba como podía”. Siempre pensando en la cultura como una
de las bases para la revolución social que debía comenzar a hacerse desde la
vida misma -a vivirse en el día a día comenzando por un cambio en las mentes-, Pezoa plasmaría
su pluma en distintos periódicos anarquistas y obreros en general. Escribía
artículos periodísticos, poemas, uno que otro cuento, y una que otra “obrita”
para ser representada en las veladas filodramáticas organizadas por las
sociedades obreras. (6)
***
Pero estas ideas Pancho también las expresaba a
través de canciones y poemas. La visión futura de una sociedad anarquista supo
idealizarla y expresarla a través de poemas sencillos y armoniosos, que
traspasaron las fronteras como un mensaje de salutación y solidaridad para
todos los parias del mundo. En las pampas argentinas, en las salitreras, en las
minas de Bolivia y en las obras del Canal de Panamá han vibrado en gargantas
estremecidas por el dolor las estrofas de este anarko, a la vez poeta doctrinario
y cancionista” (7)
La Matanza de Santa María de
Iquique, en diciembre de 1907, impactaría a Pancho, y desde luego ello
influiría en los resultados de sus creaciones. Así fue como durante el verano
de 1908 escribiría algunos versos que relataban la trágica experiencia de los
obreros pampinos, versos a los cuales le pondría música utilizando la
contagiosa melodía de un vals muy popular por entonces, llamado “La Ausencia”,
“que nadie podía oír sin sentir por lo menos ganas de silbar al que cantaba”.
Canto a la Pampa, la tierra
triste
réproba tierra de maldición,
que de verdores jamás se
viste
ni en lo más bello de la
estación;
donde las aves nunca
gorjean,
donde no crece la flor
jamás,
donde riendo nunca serpea
el arroyuelo libre i fugaz.
Y el tema tendría tan buena
recepción por parte de los círculos obreros, que desde entonces se cantaría en
cada velada en cada mitin, en cada huelga, o calabozo, convirtiéndose en un
verdadero himno del proletariado de esta región, himno de los parias sin dios
ni patria, himno de los olvidados y explotados en los campamentos salitreros,
en las minas de carbón o suburbios urbanos. Y Pancho…, Pancho se convirtió sin
quererlo en una especie de trovador, aunque más ampliamente, era una especie de
intelectual autodidacta, un hombre de letras, formado en el mundo de la
sociabilidad obrera, pero lo cierto es que desde entonces, aquel muchacho que
habitaba uno de los tantos conventillos del Mapocho –junto a su madre, la
señora Berta, ya anciana-, se hizo conocido y admirado por todos, y cómo no, si
el tema arrancaba lágrimas al ser entonado en cualquier sociedad obrera,
especialmente en las sociedades anarquistas, a quienes las autoridades
persiguieron implacablemente.
Desde entonces, se editaron
varios cancioneros revolucionarios con sus versos. Un Comité pro Obreros
pampinos, organizado a principios de 1908 en Valparaíso editaría por primera
vez sus versos de venganza. Y luego se reeditarían una y otra vez, a iniciativa
de distintos centros de estudios sociales y grupos anarquistas y obreros en
general.
(8)
Trabajadores del caliche, Tarapacá 1900 |
***
Si bien sus conocimientos y
popularidad pudieron haber significado para Pancho una forma de salir de la
miseria en que vivía, el jamás aprovechó tal oportunidad. “Incapaz de pensar en
el mañana o el pasado mañana”, “inhábil para prosperar gracias a cualquiera
inteligencia o gracia que la vida le hubiese dado y la miseria le hubiese
dejado intacta”, “sin espíritu de persistencia en algo”. Lo cierto es que Pancho
jamás anheló nada, y “no esperaba nada
de la vida ni de nadie”, ni pedía tampoco nada, como “una corbata de seda
italiana” o “cigarrera de oro”, a Pancho lo haría reír “la sola idea de que
pudiera algún día tener alguna de estas cosas”; en palabras de Manuel Rojas,
“estoy seguro que jamás tuvo un sobretodo,
a lo sumo, una camiseta de franela”. (9) “Quizás si le faltó una mujer”, observaría
González Vera, y seguramente por lo mismo recién señalado. Esto último queda
reflejado también en los recuerdos de Antonio Acevedo Hernández.
“Recuerdo con una emoción enorme una escena.
Estábamos en una fiesta campestre. Pancho había bebido algunos tragos, sus ojos
tenían el azul de esos charquitos que deja la lluvia y que aprisionan el sol y
su rostro ostentaba ese brillo intermedio de la
borrachera; la gente joven bailaba y cantaba, él se quedó solo sentado
al pie de un árbol y con la espalda apoyada en su tronco nudoso; pasó una linda
muchacha, y como todo el mundo le apreciaba hasta la veneración, le sonrió,
Pancho quiso hablarla, tuvo la palabra a flor de labios, una galantería
cultivada con cuidado, tal vez, o quizá un deseo; pero no lo hizo. La chica se
volvió enviándole una última sonrisa, él se inclinó y su rostro se cubrió de
lágrimas.
Es
probable que jamás haya pedido al amor que pudo iluminarlo, lo que el amor le
debe. No ha podido hablar, no ha podido... Es
probable que por esta razón guste del vino que hace olvidar…” (10)
…
Por ser letrado, cuando un
gremio se lanzaba a alguna huelga, era el redactor de las proclamas y
manifiestos. Refiriéndose al gremio de los panaderos, recordaría González Vera
que “Pezoa ayudó con su pluma al triunfo de los organizados, escribiendo
decenas de manifiestos que apelaban a la conciencia de cada cual. Éstos se
imprimían y penetraban en las salas de amasijo, llegaban a los hornos, subían a
los camastros de los desamparados...cualquier papelito salido de la imprenta
era un evangelio. Se lo leía una y otra vez y la palabra se hacía carne. Los
panaderos libres triunfaron y lograron abolir el trabajo nocturno.
No sabiendo cómo demostrar a
Pezoa su gratitud, apoderábanse de su persona, nada voluntariosa por desgracia,
y lo hacían beber días y semanas. Así fueron inutilizándolo. Hubo un tiempo en
que Francisco Pezoa quiso zafarse de sus admiradores. Partió al norte y entró
en la redacción de El Pacífico. De
nuevo el vino le hizo traición.” (11)
“¡Hombre, Pancho! ¡qué gusto
verte! ¿Tomemos un vino?”, porque, ¿a qué puede invitar un maestro panadero de
la regional San Diego, un carpintero de bahía o un cigarrero anarquista,
socialista, sindicalista o colectivista, o simplemente maestro panadero,
carpintero o cigarrero? No te va a invitar a tomar té; ¿estamos en Chile o no,
somos chilenos o qué? Pancho podía haber dicho no, no bebo, gracias, tengo que
hacer, me hace mal, o llegará a hacerme mal, pero no podría hacerlo, no habría
podido hacerlo; ¿cómo herir a un amigo o a un compañero que nos saluda tan
cordialmente y que con tanto cariño nos invita a tomar un vaso de vino, uno no
más, porque tengo que hacer? Imposible rechazar una atención, sea cual sea;
Pancho no habría podido herir a nadie, eso a riesgo de que aquel vaso de vino
se convirtiera en una botella, y la botella en dos o en cuatro o en siete…(12)
…
“Pero nadie puede afirmar que sea un vicioso”, diría
Acevedo Hernández: “por el contrario, es bastante organizado, ha estudiado con
método y aprendido las materias más difíciles. Es también un gran periodista
que comprende como nadie las cuestiones sociales…” (13). Para Acevedo Hernández,
Pancho era “un
verdadero anarquista, en el sentido ideal de la palabra, un anarquista que sabe
mucho de las almas y de las vidas, un hombre comprensivo por excelencia, al que
no le importan los dolores ni las befas, que nunca se queja, que tiene sonrisas
para lo bueno y para lo malo que le acaece” (14) Cuando González Vera,
necesitaba practicar para convertirse en barbero, a Teodoro Brown, no se le
ocurrió nada mejor, que hiciera dicha práctica con Pancho, lo visitó,
“...habitaba en un conventillo. Ocupaba un cuarto espacioso, alejado del sol.” “Lo
encontré liando cigarrillos y escuchando a su madre, ya anciana, dominada por
la amargura, que cesaba de recriminarlo por su vida sin objeto. Pezoa era
afable, de genio alegre, muy tolerante y resignado. No le quedaba ninguna
arista ni nada de lo que constituye al creyente, al reformador. Había caído en
el escepticismo, aunque siempre estaba dispuesto a servir a los que creen. Aceptó que lo afeitara. Lo
senté, le jaboné las mejillas con cuidado y comencé a rasurarle. La luz no
abundaba. Para hacerlo mejor dejé de conversar. Apenas le hube despejado un
carrillo. Pezoa me dio las gracias y me dijo que era suficiente. El se raparía
el otro lado en la mañana...Le arguí que se vería rarísimo. Me manifestó que
por estar en casa no le importaba mayormente. En seguida tuvo la finura de
cambiar la conversación” (15)
Momentos después, caminando ambos por la
orilla del Mapocho, Pancho le habría señalado al escritor su “juicio
melancólico acerca de los pequeños intelectuales de origen proletario”: -Su
situación es harto curiosa –le habría dicho Pancho- Vienen del pueblo, pero en éste no encajan, sea
porque se han instruido más que los otros prójimos, sea porque con la lectura
perdieron lo genuino. Su preparación casi los equipara a los burgueses. Más a
éstos les parecen más extraños aún, ya por su formación popular, ya por su
pobreza- y se miró su traje gastado informe.” (16)
***
Hacia
1920 era colaborador de la Casa del Pueblo y de una diversidad de periódicos
obreros y centros culturales. Había sido delegado de la Asamblea Obrera de la
Alimentación Nacional, hacia 1918-1919, siendo atacado por las sociedades
católicas, que también componían esta coordinadora. (17) Pancho no escaparía de la prisión y sería detenido
junto a otros tantos obreros por sus actividades “subversivas”.
***
En sus últimos quince años,
diría González Vera, Manuel Rojas le confiaría la corrección de pruebas en las
Prensas de la Universidad de Chile. Ocupaba una de los tres escritorios que
tenía el taller de prensas. Hombre siempre silencioso, con un eterno cigarrillo
entre los labios que él mismo liaba y cabeceaba prolijamente. Su labor era
ardua, y se ayudaba con un viejo diccionario, un tintero y una áspera pluma de
acero, con la cual iba haciendo los signos cabalísticos de la corrección de
pruebas, y un escupitín.
Recuerda Héctor Fuenzalida
(ensayista, director entonces de la Biblioteca Central de la U. de Chile) al
Pezoa de entonces: “...pocas veces se le oía hablar para emitir una voz
trasnochada... era anarquista y ya viejo, alegraba sus días con su insistencia
en los alcoholes. Lo veía cruzar el patio caminando con cierta dificultad
ayudado de un bastón. Era un autodidacta. Gustaba de la buena lectura y poseía
una notable capacidad de concentración y una gran dignidad personal. Para la
universidad reservaba sus horas de sobriedad.
No alternaba con nadie y
cuando llegaba la hora de almorzar se iba cojeando a una sabrosa cocinería de
la calle Alonso Ovalle donde gustaba un guiso fuerte de comida criolla y bebía
algunas copas de grueso mosto. Era su
única distracción. Volvía allí mismo al anochecer a enturbiar con el vino sus
verdes ojillo y charlar de política gremial.
Sus pasos inseguros le
llevaban, tarde la noche, hasta su casa. En aquel restaurante y en la imprenta,
lo llamaban “el compañero Pezoa” con mucho respeto y bajando la voz...
***
¿Cuándo y en qué
circunstancias murió Pezoa? Todo hace presumir que murió muy solo. No tenía
hijos, ni esposa. Sabemos que fue en el año 1944, en el mes de marzo. En recuerdos aparecidos en El Andamio, su compañero de andanzas
-también poeta y bohemio-, Federico Serrano Vicencio, daría la despedida a este
anarquista y poeta bohemio.
“He aquí, pues, al poeta que ha desaparecido y que
marchó por el mundo envuelto en un silencio de modestia y de dolor. Pero el
sabía extraer notas melodiosas que desentrañaba de su alma. Por eso ya en el
ocaso de su vida física –setenta años más o menos- cultivó una serenidad
socrática, y, tanto su pasado, como su presente y su porvenir, lo advertía
cincelado, ora por sí mismo, ora por el tiempo que surca de arrugas el rostro y
marchita las flores.
Pero esto ya él lo sabía demasiado, y cuando se
acercó por fin la hora suprema, se refugió en el abismo de la sombra, siempre
confiado en que el ideal que abrazaba, lo retornaría al seno de la madre tierra
siempre generosa y cambiante, acaso para que el polvo de sus huesos dieran
aliento a un frondoso árbol, o dieran colorido a una hermosa flor, pura y
sencilla como sus versos, que palpitarán eternamente en el corazón de los explotados
del mundo.” (19)
Notas
- habría nacido –según Julio Molina Nuñez y Juan Agustín Araya en su “Selva Lírica. Estudio sobre los poetas populares chilenos”, publicado en 1917- en 1885
- Federico Serrano, Recuerdos anarquistas, 1945
- La Oscura Vida Radiante, op. cit.
- Memorias de un autor teatral, p. 117
- una de ellas: El Ahorro, ver La Protesta, Santiago, 1908
- Cuando era Muchacho, op. cit.
- Julio Molina Nuñez y Juan Agustín Araya, “Selva Lírica. Estudio sobre los poetas populares chilenos”, publicado en 1917.
- La Oscura Vida Radiante, op. cit.; CES “Fuerza Consciente”, La Batalla, nª 51, 2º 15º febrero de 1915.
- La Oscura Vida Radiante, op. cit
- Memorias de un autor teatral, op. cit.
- Cuando era Muchacho, op. cit.
- La Oscura Vida Radiante, op. cit.
- Memorias de un autor teatral, op. cit.
- ibidem
- Cuando era Muchacho, op. cit.
- ibidem
- La Opinión, Santiago, 7 de febrero de 1919.
- El Andamio, Stgo, Nª 437, 30 agosto 1945
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