Por “Esprella”.
“Hacia las siete y
diez, el cielo de Antofagasta fue incendiado por un infame baleo de tres
minutos: los comerciantes bajaron los ojos de Cristo en la Iglesia, cambiando
su gesto meloso por el ceño de las armas. Surgió una “Guardia de Orden” que,
unida a los marinos del “Blanco Encalada”, permitió a la muerte devorar,
tranquilamente, un espléndido racimo de corazones…”
(Andrés Sabella en Norte Grande).
Preámbulo:
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Plaza Colón hacía 1900 |
Hace 108 años la Plaza Colón y las calles céntricas
antofagastinas se tiñeron de sangre. Centenares de obreros se congregaron en la
Huelga General, y enfrente no encontraron más respuesta que las carabinas
civiles y militares, ambas defensoras de los intereses de la oligarquía. Lo que
exigían, por esas coincidencias de la historia, era media hora más para
colación, ya que el tiempo con el que contaban se les hacía insuficiente y sus
atrasos eran reprendidos por la patronal.
No fue la primera vez que el movimiento
obrero enfrentó una cruenta represión, unos años atrás había sido Valparaíso (1903) y Santiago (1905). Tampoco
sería la última, más tarde vendrían Iquique (1907), Magallanes (1920), San
Gregorio (1921), Ránquil (1934), entre tantas otras más. Sin ir más lejos, en
1890 el Norte Grande, como lo llamó el poeta, ya había sido testigo del
carácter fratricida del ejército chileno. La “huelga grande”, primera de
carácter general en el país, se extendió desde Tarapacá hasta Valparaíso,
concitando la adhesión de los más diversos gremios; carpinteros, sastres,
ebanistas, zapateros, ferroviarios, tipógrafos, entre otros, acudieron al
llamado. Fue esta una demostración del incipiente movimiento, el que en su
regeneración, avanzaba a formas de organización más políticas e ideológicas,
las que décadas más tarde le permitirían levantar importantes reivindicaciones
huelguísticas. Veamos este proceso en tierras antofagastinas.
La
“Cuestión Social” y las asociatividad obrera en Antofagasta.
Primeramente contextualicemos la
situación social, económica y política del país en ese entonces. Se vivía en
aquellos años la llamada “Cuestión Social”, época marcada por abismales
contradicciones entre el capital y el trabajo, las que se traducían en
condiciones miserables de vida para la clase obrera, mientras que la oligarquía disfrutaba imitando la vida
europea. Los sectores populares debieron enfrentar las escasas condiciones
higiénicas, el hambre y el hacinamiento, además de altas tasas de mortandad
infantil, el trabajo a temprana edad y la incerteza de saber si volvería con
vida de la jornada laboral, dejando a familias enteras sin un sustento.
Contrastaba esto con el pujante
desarrollo industrial del país, principalmente del sector minero en la zona
norte; donde las guaneras, el salitre y el caliche atrajeron rápidamente la
inversión extranjera. Con la llegada del capital foráneo se desplegó una amplia
red para el procesamiento y flujo de las mercancías, la que se materializó en la construcción de
oficinas en la pampa, líneas ferroviarias, maestranzas, fundiciones, puertos y
en una rápida urbanización de las localidades, las que fueron pobladas por los
“enganchados” y sus familias, quienes llegaban con la ilusión de un mejor
porvenir en estas tierras.
Sin embargo la realidad fue distinta, y
los obreros en el norte debieron enfrentar precarias condiciones laborales, así
como constantes abusos de las Compañías, lo que sumado a las paupérrimas
condiciones de vida fueron repercutiendo en una serie de enfrentamientos entre
trabajadores y patrones, y a su vez en formas cada vez más solidas de
organización sindical entre los oprimidos. Entre las primeras organizaciones que
se desplegaron, encontramos las “Sociedades de Socorro Mutuos”, cuya finalidad consistía básicamente en el
auxilio económico de sus afiliados en casos de accidentes laborales, enfermedad
o viudez. Entre las más destacadas en
Antofagasta figuraron las Sociedad de Igualdad y Protección Mutua de
Carpinteros fundada en 1893, la Gran
Unión Marítima (1894), la de Panaderos (1896) la de Tipógrafos (1897), la de Cocheros (1899) y finalmente la
de Lancheros (1900).
Con el despuntar del nuevo siglo, estas
formas de asociatividad adquirieron un mayor contenido ideológico,
transformándose en Mancomunales y Sociedades de Resistencia. Este proceso
estuvo ampliamente influenciado por el arribo y auge de las ideas
revolucionarias, principalmente el socialismo y el anarquismo. De esta forma,
el movimiento obrero antofagastino adquirió un carácter más combativo que le
permitió obtener mejoras económicas, las que se consiguieron en gran parte
por la utilización de la acción directa
y la huelga general, tácticas promovidas por los ácratas. En este periodo, el
historiador local Floreal Recabarren identifica más de un centenar de
conflictos reivindicativos, destacando entre ellos el de marítimos durante 1903
y las huelgas ferroviarias del año siguiente. Es en estos años de radicalización en que
surge la Mancomunal de Obreros de Antofagasta (1903), la que años más tarde
protagonizaría la trágica huelga de 1906, la que como señaló El Hambriento,
vocero ácrata limeño, “inscribió el
nombre de Antofagasta en el movimiento obrero mundial, junto a los mártires de
Chicago”.
La
Mancomunal de Obreros de Antofagasta y los anarquistas.
Fundada el año 1903, siguiendo el
ejemplo de los obreros de Iquique (1900) y Tocopilla (1902), aglutinó distintas
tendencias políticas, en su mayoría demócratas, socialistas y anarquistas. Su
primer directorio estuvo conformado por Anacleto Solorza, Antonio Cornejo e
Ismael Muñoz. Adoptó como vocero escrito
el existente “El Marítimo”, a través del cual promovió la organización de los trabajadores, provocando
así un evidente aumento de la actividad huelguística en el Departamento de
Antofagasta.
Respecto a las primeras evidencias de
presencia libertaria entre sus filas, encontramos los artículos publicados en
“El Marítimo” por I. Pellegrini Lombardozzi, conocido agitador ácrata de la
zona central del país, además de las constantes comunicaciones con el periódico
La Luz, de un marcado anarquismo. A pesar de estos testimonios, durante sus
primeros años predominó la tendencia demócrata, la que era impulsada
principalmente por dirigentes que provenían de la Gran Unión Marítima y otras
Sociedades de corte mutualista.
Sin embargo, con el paso de los años,
la tendencia anárquica fue en aumento en su seno, lo que se hizo más latente en
1905 cuándo Manuel E. Aguirre, ácrata local, se convirtió en secretario general
de la Mancomunal y redactor de “El Marítimo”. A este hecho debemos sumarle el arribo de
agitadores provenientes de Santiago y Valparaíso, entre ellos Alejandro Escobar
y Carvallo, Marcos Yáñez, Clodomiro Maturana, Casimiro Fuentes, Luis. González
y Adrian Chiavegatto, los que junto a Aguirre conformaron el sector libertario
en la Mancomunal.
La presencia de estos fue evidente, el
accionar de la organización se orientó a promover la huelga general y la
táctica de la acción directa. Por otra parte las páginas de su periódico se
revistieron de la polémica entre ácratas y Recabarren, quien replicaba desde el
medio demócrata “La Vanguardia”. Otro hecho que evidencia la participación
anárquica, fue la derogación de los Estatutos de la Mancomunal en enero de
1906.
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Cliché de El Marítimo, órgano de la Mancomunal de Antofagasta |
Huelga de 1906, Matanza en la Plaza Colón.
A mediados de enero de 1906 comenzaron
a formarse distintas Sociedades de Resistencia en la ciudad, entre ellas la de
Caldereros. Junto con esta transformación del movimiento obrero, comenzó a
circular una solicitud, en la que los obreros exigían media hora más de
colación, ya que debido a lo retirado en que vivían no alcanzaban a llegar a
tiempo en la jornada de la tarde, quedando expuesto a castigos por parte de las
empresas. Gran parte del comercio aceptó la medida, a excepción de los
administradores del Ferrocarril, los que hicieron sentir su intransigencia
inglesa.
Con el correr de los días, el 29 de
enero, la huelga se convirtió en general, contando con el apoyo de marítimos,
ferroviarios, salitreros, operarios de las fundiciones y diversos gremios de la
pampa. En esta reunión se conformó un comité huelguístico, el que quedó
integrado por Vicente Díaz, Casimiro Fuentes y el asesoramiento de Escobar y
Carvallo.
Este grupo de obreros se reunió el día
1 de febrero con Mapleton Hoskins, administrador del Ferrocarril, sin embargo
este no los reconoció como negociadores válidos, al no pertenecer a la empresa.
Al día siguiente, un nuevo delegado visitó las inmediaciones y Hoskins propuso
aceptar una media hora más de colación, a cambio de añadir semejante tiempo a
la jornada de la tarde, medida que fue desestimada por los obreros quienes
continuaron la huelga.
Días más tarde, se redactó una nueva
circular y se sumaron más gremios a la paralización, además se convocó a un mitin obrero para el
día 6 en la Plaza Colón, lo que tensionó aún más las cosas. La burguesía,
alarmada por la defensa de sus propiedades y capitales, organizó la Guardia
Civil al alero del Club de la Unión. Esta se conformó por hijos de
comerciantes, en su mayoría españoles, los que solicitaron armas y autorización
al Intendente Daniel Santelices. Pero la labor represiva de este no se quedó
ahí, también solicitó la intervención del “Regimiento Esmeralda”, y del crucero
“Blanco Encalada”, el que por esos días se encontraba en costas antofagastinas.
Ese día la multitud obrera se manifestó
desde temprano volcándose a las calles e invitando a la concentración de la
tarde, programada para las 16hrs. También hubo acciones en contra del
Ferrocarril, al que se le destrozó uno de sus relojes. Una vez congregados en la Plaza Colón,
comenzaron los acalorados discursos de los oradores. Mientras tanto ,las fuerzas
de orden se apostaron en distintos puntos estratégicos; la mayor parte del
contingente (120 hombres y una ametralladora según Silva Lezaeta) en las
dependencias de Ferrocarril, por un costado de la Plaza apareció la Guardia
Civil y por enfrente las tropas del “Esmeralda” y el “Blanco Encalada” dejando
literalmente encerrado a los manifestantes.
Una de las versiones, señala que los
disparos comenzaron por parte de un español integrante de la Guardia, el que
habría respondido a la provocación del anarquista español Pedrín Torrales. Lo
cierto es que sea por este motivo u otro, en cosa de minutos las balas inundaron la plaza en todas las
direcciones, dejando un saldo que fluctúa entre 50 y 300 obreros fallecidos, el
que es difícil conocer en exactitud debido a la fiabilidad y escases de las
fuentes con las que se cuentan. Además,
al día de hoy, existen escasos registros de las defunciones, y el cementerio
tan solo se conserva unos pocos sepulcros, entre ellos, el del demócrata,
carpintero y dirigente ferroviario Pedro Banda.
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Tumba del dirigente demócrata Pedro Banda |
Caída
y repunte del movimiento obrero local.
Al día siguiente, los ánimos
enardecidos de los obreros y las ansías por vengar a sus caídos los volcaron
nuevamente a las calles, lo que dio origen a variados disturbios. En calle Prat,
un grupo de ellos creyó reconocer a uno de los responsables de la masacre, y
dio muerte a pedradas y pateaduras a Richard Rogers, trabajador de English
Lomas Company. Luego se incendiaron las dependencias de la tienda “La
Chupaya”, de dueños españoles. Estas llamas se extendieron por calle Angamos
(actual Matta) casi toda la cuadra, alcanzando las dependencias del periódico
“El Industrial”, decano de la prensa local. También se dieron vuelta vagones
del ferrocarril y se arrancaron más de 100 metros de rieles.
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Tienda "La Chupaya" siniestrada el 7 de feb. 1906 |
En cuanto a las reacciones por parte de
la empresa, debemos considerar el actuar de Harry Usher, quien en su calidad de
superior, fustigó al intendente a declararse incompetente ante los sucesos,
solicitando apoyo al gobierno británico, y pretendiendo darle ribetes
internacionales al asunto. Luego de un
tiempo la agitación fue aminorando, y se nombró una comisión arbitral la que
quedó compuesta por el Vicario Luis Silva Lezaeta, el Alcalde Ismael Soto y el
escritor Pedro Pablo Figueroa. Sin embargo a pesar de la sangre vertida, la
negativa de los capitalistas se logró imponer.
Fue ese 7 de febrero uno de los últimos
respiros de la agitada huelga, así como también de la presencia anárquica en la
Mancomunal, organización que después de los hechos disminuyó considerablemente debido
a la salida del elemento libertario, como se demuestra en “El Marítimo”, que al
año siguiente se convertiría en “Libertad Social”, de marcado talante
democrático.
A muchos de estos agitadores los
encontramos al año siguiente en la Matanza de la Escuela de Santa María, como
el caso de Manuel E. Aguirre quien más tarde volvería a estas tierras, siendo
uno de los que impulsores del Centro Instructivo de Obreros Luz y Vida, que
editaría durante 4 años el periódico del mismo nombre. Pero esa ya es otra
historia, también olvidada por la memoria antofagastina.
Algunas
referencias:
- Anarquismo
y movimiento mancomunal en Antofagasta: A 100 años de la matanza obrera en la
Plaza Colón, febrero de 1906.
(Javier Mercado)
- El
Movimiento Obrero y popular en la región.
(Héctor Ardiles).
- La
huelga de 1906 en Antofagasta. Una manifestación social de crisis del estado
oligárquico. (Patricio
Castillo).
- Los
Anarquistas y el movimiento obrero. La alborada de 'la Idea' en Chile,
1893-1915. (Sergio
Grez).
- Luis
Silva Lezaeta y la huelga de 1906 en Antofagasta. Hacia un estudio sobre la
iglesia y los conflictos sociales. (José
González).
- Organizaciones obreras, conciencia de
clase y politización popular en Antofagasta. (Javier
Mercado).
- Memorias.
(Alejandro Escobar y
Carvallo). Revista Mapocho n°58, pp. 351- 419.
Periódicos: El Marítimo (Antofagasta), La Voz del
Obrero (Taltal), Pensamiento Obrero (Pozo Almonte), El Mercurio de Santiago, El
Hambriento (Lima, Perú).